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Así nació el Bugatti Veyron: la idea que Ferdinand Piëch garabateó en un tren bala japonés
Un viaje entre Tokio y Nagoya, un sobre, una pluma y una obsesión: así empezó la historia del auto que redefiniría lo posible en el mundo de los superdeportivos. El Bugatti Veyron no fue solo un récord de velocidad; fue la culminación del perfeccionismo obsesivo de Ferdinand Piëch.
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Ferdinand Piëch, nieto de Ferdinand Porsche y uno de los titanes de la industria automotriz, era conocido por su visión radical y su obsesión con la excelencia técnica. En 1997, durante un viaje en tren bala por Japón, esbozó en un sobre una idea que cambiaría la historia del automóvil: un motor de 18 cilindros. La conversación con su colega Karl-Heinz Neumann fue la chispa que encendió el proyecto que más tarde evolucionaría en el Bugatti Veyron. La meta era clara y sin precedentes: un coche con 1,000 caballos de fuerza, capaz de alcanzar los 400 km/h, pero que también ofreciera la comodidad de un gran turismo de lujo.
El paso siguiente fue buscar una marca que pudiera representar ese nivel de ambición. Tras un guiño del destino —su hijo compró un modelo a escala del Bugatti Type 57 SC Atlantic—, Piëch decidió revivir la mítica firma francesa. Volkswagen adquirió los derechos de Bugatti el 5 de mayo de 1998, y de inmediato comenzaron los primeros conceptos con diseño de Giorgetto Giugiaro. Así nacieron el EB 118 y el EB 218, hasta llegar en 1999 al EB 18/4 Veyron, un adelanto del modelo que sí llegaría a producción años después.
Con el concepto ya en forma, Piëch puso la vara aún más alta: no solo debía alcanzar los 400 km/h, sino que debía ser manejable, lujoso y digno de llevar a la ópera. Nada menos que una máquina capaz de lo imposible… con estilo. En 2005, la visión se volvió realidad con la llegada del Bugatti Veyron 16.4. Con 1,001 hp, un motor W16 con cuatro turbos y una velocidad tope de 407 km/h, el Veyron rompió todos los moldes. Era más que un auto rápido: era una obra maestra de ingeniería que solo podía haber nacido de una mente tan obstinada como brillante.
A casi 20 años de su debut, el Veyron sigue siendo un ícono. Fue el auto que marcó el inicio de la era de los hiperdeportivos, una declaración de poder, tecnología y lujo. Pero más allá de cifras y récords, es el legado de un hombre que no aceptaba límites. Para Piëch, “lo único que Bugatti podía hacer era lo incomparable”. Y eso fue exactamente lo que entregó.